«No tenía mi equipo listo para fotografiarlo en ese preciso momento, imposible cargar entre los brazos e incluso en algún tipo de arnés durante todo el día, un equipo de tres quilos y medio, mientras haces con tus piernas horas y horas de ascenso sobre un suelo desigual y enlodado; por lo demás: si hubiese intentado sacar mi equipo del morral para tratar de tomarle una foto me habría perdido los breves segundos que mis ojos pudieron contemplarlo. Pero en fin, de todos modos se cumplió uno de los objetivos de mi viaje: avisté al Cóndor de Los Andes, voló sobre mi cabeza, pasó por encima de mí y lo seguí con la mirada mientras se alejaba en la distancia hasta que sus vastas alas lo perdieron de mi vista; así como se volvía un punto cada vez más pequeño ante mis ojos, sé que así también se irá desvaneciendo ante mí su recuerdo entre los días venideros. No importa. Este avistamiento fue el primer saludo de muchos que aspiro a tener en un futuro cercano con esta ave majestuosa; ya llegará el momento de retratarlo, Por ahora me contento con haberlo visto por primera vez. Esta imagen es una pequeña muestra de la inmensa casa que habita este rey de los cielos. ¡Ya volveremos a vernos señor Vultur gryphus! ¡Seguro que sí!»