En Mikado, la artista Hoyos parte de un ejercicio minucioso y metódico de selección. Cada componente del juego tradicional —los palitos, las tapas, las cajas, las instrucciones— es aislado, observado y resignificado. Este gesto inicial da paso a una práctica de acumulación que transforma la simpleza del objeto en un sistema complejo. Con más de 40 mil palitos intervenidos, Hoyos despliega un universo visual autónomo, regido por una lógica distinta a la del juego original. Se trata, en esencia, de un juego del juego.
Lo que a primera vista podría parecer una repetición sin jerarquías, revela, en su despliegue, patrones emergentes. Estos surgen de la propia constitución formal del objeto: el color, la línea, el peso, la densidad. Así, Mikado propone una dinámica alternativa, donde los elementos ya no compiten por no moverse, como dicta el juego tradicional, sino que cooperan en una nueva coreografía de ritmos y estructuras. La artista articula con ellos un lenguaje plástico donde la acumulación no es exceso, sino construcción.
Cada palito, con sus líneas de colores, se convierte en unidad mínima y a la vez esencial. En su repetición, se revela una estética visualmente intrincada, que da lugar a estructuras volumétricas de gran impacto. La acumulación otorga volumen y presencia a lo que antes parecía plano o irrelevante. Lo rígido se vuelve flexible. Lo mínimo, monumental.
Desde ahí, la obra avanza hacia una reflexión más amplia: Mikado se erige como un ejercicio de recontextualización material, una estrategia que cuestiona el valor asignado a los objetos cotidianos. Al centrar la atención en lo que solemos ignorar —en lo pequeño, en lo abundante, en lo desechado—, Hoyos genera un cambio de escala, tanto físico como simbólico. La monumentalidad del conjunto es también una forma de resistencia: frente al descarte y el olvido, una reivindicación estética.
Mikado también entabla un diálogo crítico con las dinámicas de sobreproducción que caracterizan a nuestra sociedad contemporánea. La obra evoca bodegas repletas de mercancías, inventarios detenidos, excedentes que se acumulan en silencio hasta su eventual desaparición. En contraste, aquí lo acumulado cobra nueva vida. No como desecho, sino como forma.
Al reunir lo pequeño y lo invisible en una configuración monumental, Hoyos nos invita a mirar de nuevo. A reconsiderar aquello que el consumo masivo ha vuelto irrelevante. A detenernos, por un momento, frente a lo que parecía no merecer la mirada.